2005-2006

“Entrelíneas”
Alfonso Albacete



Texto catálogo Pintura dESPACIO. 2007. Pág.22-23



Caja Matisse. 2006
50x50x50 Diversos materiales.



Uno de los términos utilizados en la enseñanza del dibujo y la pintura es “aprender a encajar”, que quiere decir medir, adaptar la visión de un objeto o figura a la proporción necesaria para que la representación buscada quepa dentro del soporte que se dispone en ese momento; para ello se utiliza la geometría, la medida de sus contornos, que en el caso de modelos creados por el hombre, como las arquitecturas, es fácil aplicarla, ya que se conciben medidas y recurriendo a inventos como la perspectiva y la escala se las devuelve al origen, al plano donde nacieron . No ocurre así en el caso de la naturaleza, una planta o una nube, que como bien apunta la teoría de fractales, no posee ni bordes ni límites lo cual reduce los intentos de la geometría a meras aproximaciones.








Este problema debía de estar en la cabeza de Cézanne cuando rodeaba las figuras y los objetos con un trazo, un contorno que le permitía controlarlos; sobre todo en su batalla al aire libre con el paisaje, al subir
pincelada a pincelada entre rocas y pinos por la montaña Santa Victoria y perdiendo pie al llegar al cielo, sin querer establecer diferencia clara entre el aire y la tierra.


Caja Cézanne. 2006
50x50x50  Diversos materiales



(Obsérvese que de todas estas cajas o escenografías la dedicada a Cézanne es la única sin techo.)



Más tarde y desde otras posiciones Matisse un pintor convaleciente, de casa en casa, mirando a través de ventanas y puertas conseguía establecer unos límites del mundo que identificaba con los del cuadro y que no debieron resultarle lo suficientemente satisfactorios (quizás por observar su pecera) ya que también puso en duda el espacio euclídeo, aplastando habitaciones vegetales y personas hasta acorralarlas en una pared que no era otra que la superficie del lienzo y así poder pintarla placidamente de suntuosos colores. Luego vendrían otros muchos, Mondrian rectificando ramas de árboles de Cézanne y superponiéndolas a los planos de color de Matisse consiguiendo pinturas rigurosamente abstractas y curiosamente urbanas; Escher cortando con líneas rectas paisajes de Italia que al natural no poseen una sola de esas líneas; Albers utilizando la arquitectura azteca para sus campos de color; Stella geometrizando papagayos; Jhasper Jhons con banderas y dianas y Peter Halley diseñando arquitectura carcelaria son algunos ejemplos de juegos, amores y peleas entre geometrías y pinturas.





Caja Tiziano. 2005
50x50x50    Diversos materiales

A primera vista podríamos pensar en pinceladas estiradas, recortadas y superpuestas a otras pinturas ocultas, una especie de efecto persiana donde se nos cuenta a través de las rendijas lo que realmente sucede en el cuadro, o que plantean un mundo donde todo esta medido en todo momento o porque no, entenderlas como trabajos de restauración en los que los espacios repintados son tratados con pinceladas paralelas, con el fin de evitar confusiones con el original, algo así como la llamada de atención de Magritte con su pipa, escribiendo en este caso no solamente: “esto no es un paisaje” sino: tampoco la representación de un paisaje. Porque es posible que en estas pinturas haya un poco de todo esto, pero también sería justo pensar




"Caja Van Gogh".  2005
50x50x50   Diversos materiales

que estas paralelas que definen obsesivamente el cuadro, producto de encajes, cajas y desencajes detenidas y controladas para adaptarlas a los temas, tienen otra lectura, entrelíneas, que proviene de su propia idea: por mucho que se prolonguen nunca llegan a encontrarse ( solo lo harían en el infinito) es decir, están hablando entre ellas de su ser fragmentario, de la imposibilidad de contar el espacio ilimitado y como consecuencia del existir y quizá del tiempo.












"Caja Piero della Francesca". 2006
50x50x50   Diversos materiales



















“Días filtrados”
Ignacio Castro Rey



Texto catálogo Pintura dESPACIO. 2007. Pág.3,4 y 5


Creemos compartir con algunos artistas la experiencia de que hoy, tal como está el mundo, todo lo clave -incluso políticamente- se juega en las paradas, en un momento de extrañamiento que nos detenga. Como si lo importante yaciera, larvado, en la vibración de un instante que se libra del imperio del espectáculo. Bajo eso, el anhelo del arte podría residir en lograr una obra que contamine los sentidos, sin el rodeo de una información que escuchar, de una propuesta, una crítica más que soportar.



 En medio de nuestro reemplazo impío de cosas y personas, recambio que tiene la función de protegernos del miedo a lo desconocido que permanece, Ikella Alonso trabaja con el silencio de las estancias, su atmósfera lenta. Observa largamente los lugares -a veces insignificantes, a veces históricos-, sus paredes y huecos, hasta llegar a captar lo que en ellos hay de un absoluto local que influye en los humanos que los habitan. Como si el pintor buscara adelantarse al influjo de las habitaciones retratando su espectro constituyente, la sutil frecuencia de onda que emiten.






"Room Tiziano 1". 150x150
Óleo e impresión/lienzo 2005


Paradójicamente, en nuestro Primer Mundo lo terciario -pantallas, noticias, interpretaciones- cubre sin descanso lo primario, ese simple ser-ahí de las cosas, el habitar mudo de los objetos. La comunicación trabaja con datos previos, con vectores preparados, no con un material en bruto. Tal vez la cobertura consiste precisamente en esto, en apartarnos del mensaje crudo de la existencia, en librarnos de su comunicación no codificada. En los márgenes de este miedo generalizado, con un simulacro pictórico del plano digital, Alonso fija esa impenetrabilidad de los materiales, el rumor que emiten los sitios que nos rodean. Pinta la solidez y la atmósfera que la envuelve. Como si quisiera, no ya reproducir espectacularmente lo visible, sino hacer visible lo invisible.
 
"Room Van Gogh2". 150x150
Óleo e impresión/lienzo.  2006


Pintar, lo que se dice pintar es imitar no tanto los objetos como su halo, el espectro de luz que los nimba. También su conspiración secreta, su Stimmung. Sin referencias a la figura humana, Ikella Alonso procura la aparición de algo real que destituya, al menos por un momento, el aura del sujeto, este narcisismo expandido que nos envuelve. Escoge la dignidad, la importancia de lo no elegido, esos lugares que hemos atravesado y que nos han atravesado. Como si el artista quisiera hacer del accidente -del hecho de haber estado aquí o allí- algo duradero, un monumento cuya sustancia fuera solamente ese hueco misterioso de nuestras estancias.

 
"Room Cézanne". 150x150
Acrílico e impresión/lienzo.  2006





Y esto Alonso lo busca no por medio de un gesto pictórico apresurado, sino con unas líneas minuciosas que parecen intentar captar el reposo interior al movimiento. Por medio de una geometría sureña, tramada con la luz y con el sueño del color. Un poco a la manera de Scully, de Agnes Martin o del artesonado árabe: en cada franja, todas las franjas. La atmósfera de los espacios de Hopper o De Chirico, sin seres humanos, logra así que la ambigüedad de nuestros modos de habitar sea patente.


Por lo demás, los eventuales juegos de palabras se corresponden con los juegos de colores que rememoran la herencia lúdica de Manolo Quejido y su constelación. La pincelada vertical registra el orden secreto de nuestros días. El estudio y las alas blancas del tiempo. La habitación, los paneles separadores, los colores mudos, indescifrables. Y el estruendo del mundo que se aquieta entre cuatro paredes, en ese ámbito de retiro y soledad donde nos hemos asegurado.

La de Ikella Alonso es una pintura ilustrada que no abandona el imperativo un poco existencial de pintar la angustia indolora de esos espacios recogidos, esos laboratorios asépticos donde se destilan las químicas del mundo.


 
"Room Tiziano2". 150x150
Óleo e impresión/lienzo. 2005
Colección particular.

Interiores de luz. La arquitectura urbana, los grandes espacios de tránsito -como en algunas fotografías de Ballester. Lo latente en esos ámbitos masivos, en lo multitudinario o gigantesco. La delicadeza de los paneles japoneses y los tabiques, los juegos vegetales de sombras sobre las pantallas.


En Proyect room el dibujo, el lápiz y la regla recomponen las cajas de Tiziano, Van Gogh, Matisse, Cézanne, Piero de la Francesca. El drama indescifrable de las habitaciones vacías que se hacen cargo del vacío del mundo, como si fueran su envés, igual que una sala abandonada al lado del estruendo donde se muestra algo de moda.

 
"Room Matisse1". Óleo/lienzo
54x65.  2006

Si en Bab aparecen los arcos de De Chirico, las puertas de Quejido -y tal vez de toda la generación que obsesiona a Ikella Alonso- es para captar ese sueño diurno que linda con la noche, que sabe de ella, de una oscuridad filtrada en cada franja del día. Los arcos representan el rito de paso, el umbral indeciso entre dos horas, cuando el sol bate.


En El estudio se homenajea el espacio de los clásicos, de Bacon a Hopper y Mondrian. La pintura vuelve sobre sí misma, sigue su rastro, traza un diario de su esfuerzo ímprobo, una crónica de su devenir sin historia. El desorden, el frenesí del trabajo, la mezcla de objetos, las visitas. Y el plan minucioso de quien está amenazado por el desorden y la mezcla. Las luces, las sombras, la multitud de objetos en un espacio desconocido.

Elaboratorio juega con la geometría postmoderna de los espacios diáfanos, con la complejidad de las capillas de nuestra religiosa circulación.

 
"Room Van Gogh3". 65x54
Óleo/lienzo. 2005


La configuración serial de todo este trabajo podría dar lugar a equívocos en cuanto a la uniformidad. Pero lo serial es una muestra, ante todo, de que nada se repite. A través de una pequeña diferencia lo existente muestra toda su diferencia. Lo serio de cada cosa, de cada segundo vivido, hace serie, se expande en una frecuencia que es como el halo de su singularidad.

De manera que esa división de nuestro espacio en franjas verticales no representa precisamente el control numérico, el cuadriculado industrial del espacio, sino más bien la banda sonora de su ser indescifrable, la franja cromática que le otorga a cada fragmento de existencia un signo único. La sucesión de finos rectángulos de color alude a la ordenación de reliquias -casettes, libros, discos- que resumen una vida. En suma, simboliza el juego que el tiempo circular de la vida, un Aiôn que no va a ninguna parte, realiza con Cronos, con su ilusión de huida.


La muestra que aquí tenemos se configura en seis series. En Espacios intuimos la plomada de la luz, la línea vertical del día. La luz dividida en un espectro geométrico, ordenada como si fuera un objeto más, libros o estantes. La calma, la zozobra discreta del tiempo detenido en un rincón sin testigos. El ascetismo del retiro, el misticismo de la claridad que juega a solas con las sombras, con la faz de los objetos.
 
Sin la desaparición, nos recuerda Berger, no existiría el impulso de pintar, pues entonces se poseería de antemano la seguridad, la permanencia que la pintura lucha por encontrar. La pintura es, más directamente que cualquier otro arte, una afirmación de la posibilidad anómala de lo existente, del enigmático mundo físico al que ha sido lanzada la humanidad. La pintura celebra el enigma de la visibilidad, de una luz que no es más que la vibración de las tinieblas, una finitud infinitamente variable.



El que aquí nos propone Ikella es un nuevo ejercicio: cuadros ya pintados pueden ser utilizados como planos de arquitectura para reconstruir escenografías o cajas de tres dimensiones que a su vez serían el modelo de nuevas pinturas planas, es decir, sobre una imagen encajada organiza un proceso de encajonamiento, para más tarde elaborar uno de desencaje. Algo así como cortar una banda de Moebius y desencadenar una visión del mundo que como en una televisión se definiría unicamente por líneas paralelas.




© De las fotos: Ikella Alonso

© De los textos: Sus autores